domingo, 23 de enero de 2011

L. S.

Es un personaje que me fascina, nunca voy a parar de decirlo, o de pensarlo. Está completamente sola, pero no cree que necesite ayuda. No es débil. Es de hierro. Siempre tiene sed de más. Nada es suficiente. Nada basta.

No es normal. Es algo que nos ha chocado a todos los que la hemos conocido. No es el típico personaje. No es la típica chica. Ni siquiera pienso que se considere a sí misma como una mujer. Es sólo una persona que no entiende por qué la vida está esquematizada y ordenada de forma tan frustrante. Por qué no puede simplemente hacer realidad sus deseos sin tener que rellenar un formulario previo. Esa maldita burocracia que controla nuestras vidas, la burocracia social, que te obliga a llevar una determinada conducta si quieres vivir dentro de estas fronteras. Como las conversaciones vanas, o los cafés por compromiso. Ella no considera que eso sea algo que deba hacer.

Y los burócratas se limitan a mirar su cara de póker por el rabillo del ojo mientras piensan en estereotipos y juzgan sin saber. Porque nadie la conoce. Ni siquiera ella. No sabe qué quiere más allá de las necesidades físicas. No sabe siquiera si realmente tiene una dimensión espiritual, o carece de ella. Ojalá supiera rellenar esa pila de formularios que es la vida, ojalá tuviera la palabra justa en el momento adecuado. Ojalá sonreír no le doliera en las comisuras.

Pero sólo es un personaje. En la vida real las chicas son elocuentes y tienen la mirada brillante. Saben exactamente cómo se sienten y saben exactamente qué pasos tienen que dar para encajar en la sociedad. Es más, ni siquiera tienen que pensar en qué pasos tienen que dar porque SON parte de la sociedad.

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