sábado, 18 de enero de 2014

Divinidad

Los animales sangramos, lloramos y gritamos cuando nos hieren. Por eso hay personas que prefieren no alimentarse de otros animales; porque sienten el dolor de la misma forma en que lo hacemos nosotros.

Las plantas no gritan. No tienen dientes ni garras para defenderse. Nunca verás a una planta llorar desconsolada. Pero eso no significa que no sientan.

A un animal se le para el corazón.

A las plantas se les secan y caen las hojas, agonizando durante días. Una lenta asfixia. Decapitan sus troncos y mueren en silencio, sin derramar sangre ni lágrimas. Sólo la savia dulce y lenta que mana de sus heridas. La savia es la sangre, ¿es que nadie se da cuenta?

Un árbol no puede escapar del hacha que se hiende en su tronco, ni puede golpear con sus ramas al sicario que lo ejecuta en silencio. No puede correr, no puede gritar, no puede llorar. Pero puede sentir. No está cegado por los sentidos animales, que nos han desprovisto de intuición e imaginación, convirtiendo sólo en real aquello que vemos, tocamos, oímos, olemos o degustamos. Él percibe a través de la fluctuación del aire y la luz del Sol.

Árboles y plantas son la esencia misma de la magia.