Nuestra vida en común comenzó con enfermedad y temores. Pensaba que no era capaz de sacarlo adelante. No se rindió, ni me rendí, y el esfuerzo dio sus frutos. Qué exuberancia. Qué flores tan inapropiadas, qué brillo tan antinatural en los haces, ¡si hasta parecía dibujar una sonrisa prepotente cuando le miraba fascinada! Quería enseñarlo al mundo, llevármelo a todas partes, que estuviera siempre conmigo, exhibiéndose como un pavo real.
Fue bueno para mí. Y sé que yo fui buena para él. Le salvé en aquéllos primeros días y se reinventó a sí mismo. Ahora está a mi lado, mientras escribo esto, pero en el fondo sé que ese esqueleto descarnado ya no es él. No sé dónde estará, si es que su esencia ha volado a alguna otra parte, pero desde luego no aquí, no dentro de la madera torcida que me suplica que deje que se vaya.
Debo dejarlo ir. No tiene sentido que lo retenga a mi lado por más tiempo.