miércoles, 9 de noviembre de 2011

Era un reportaje a doble página en un periódico vespertino que había reservado espacio para una serie de comentarios, en una columna adyacente, ilustrados con una foto en la que uno de sus antiguos compañeros de clase posaba ante la entrada de su viejo colegio. El chico en cuestión se llamaba David Gustavsson y se presentaba a sí mismo como auxiliar administrativo. Afirmaba que los alumnos le tenían miedo a Lisbeth Salander ya que "una vez, ella había amenazado con matarlos". Lisbeth se acordaba de David Gustavsson. Fue uno de sus principales torturadores durante sus años de escuela, una corpulenta bestia con un cociente intelectual semejante al de un lucio que raramente dejaba escapar la oportunidad de repartir insultos y empujones en el pasillo. En una ocasión, detrás del gimnasio, la atacó durante la comida y ella, como ya venía siendo habitual, le devolvió el golpe. Desde el punto de vista físico, Lisbeth tenía todas las de perder, pero consideraba que era mejor morir que capitular. Precisamente aquel incidente se descontroló cuando gran cantidad de compañeros de clase les rodeó y observaron impasibles cómo David Gustavsson, empujándola una y otra vez, derribaba a Lisbeth Salander. Eso los entretuvo hasta cierto punto, pero la estúpida chica, que no sabía lo que era mejor para su propio bien, se quedó en el suelo y, para colmo, ni siquiera se echó a llorar ni pidió clemencia.
Al cabo de un rato, aquello empezó a resultar excesivo hasta para sus propios compañeros. La ventaja de David era tan superior y Lisbeth se veía tan manifiestamente indefensa que el chico empezó a acumular puntos en su contra; había iniciado algo que no sabía cómo concluir. Al final, le propinó dos contundentes puñetazos que no sólo le partieron el labio, sino que también la dejaron sin aire. Los demás estudiantes la abandonaron sin contemplaciones y, entre risas, doblaron la esquina y desaparecieron.
Lisbeth Salander volvió a su casa a lamerse las heridas. Dos días más tarde, regresó con un bate de béisbol. En medio del patio le asestó un golpe a David en la oreja. Mientras él yacía tumbado en el suelo, en estado de shock, Lisbeth apretó el bate contra su garganta, se inclinó y le susurró al oído que si volvía a tocarla otra vez, lo mataría. Cuando el personal del colegio descubrió lo que estaba pasando, David fue trasladado a la enfermería y Lisbeth al despacho del director, donde se le impuso un castigo, se engrosó su expediente por mala conducta y se decidió continuar con la investigación de los servicios sociales.
Durante más de quince años, Lisbeth no había vuelto a pensar en la existencia (ni en la razón de ser) de Gustavsson. Tomó nota mental de controlar, cuando dispusiese de tiempo, a qué se dedicaba en la actualidad.


La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina,
Stieg Larsson

jueves, 3 de noviembre de 2011

(Im)parcialidad

http://www.rtve.es/noticias/20111102/jueza-murillo-pobre-mujer-encima-se-rien-estos-cabrones/472612.shtml

Lo primero que te dicen al comenzar la asignatura de Derecho Procesal, con relación al estudio del Poder Judicial, es que los jueces son IMPARCIALES, para garantizar un proceso justo y no contaminado por opiniones subjetivas.

Está claro que los jueces son personas que tienen sentimientos (en la mayor parte de los casos), pero la ley establece que eso no importa una mierda de cara al proceso, puesto que la labor de estos señores es aplicar la ley. Todo lo que se salga de ella, como los exabruptos de esta señora, contradice a la mismísima Ley Orgánica del Poder Judicial.

Una persona que ha sido capaz de aprobar una oposición de ese calibre y de colocarse en la Audiencia Nacional debería tener los conocimientos suficientes como para conocer la ley y la forma en que debe desempeñar su trabajo. Y si no es capaz de controlar sus impulsos de superioridad moral, tal vez debería dedicarse a la abogacía o a la política.

Hay una serie de derechos que TODOS tenemos, independientemente del delito que hayan podido cometer.

Ese comentario me parece una falta total de profesionalidad. Y una muestra más de que en el mundo del Derecho no triunfan los válidos, sino los ineptos con contactos. Que sí, que es la misma mecánica que en el resto de profesiones, pero se supone que el Derecho garantiza nuestra libertad.

Y con jueces parciales, desde luego que no hay garantía de nada.