jueves, 20 de junio de 2013

Tony cruza el umbral

El final de una historia siempre es amargo. Libros o series que has seguido desde el principio, que has visto evolucionar, crecer, esconder y mostrar. Historias que te han llevado de la mano por su argumento y te han enseñado sus habitaciones. Secretos y misterios que, poco a poco, se van desvelando, enriqueciendo nuestros sueños. Personajes que se abren de par en par, que demuestran que la vulnerabilidad existe hasta en los hombres más robustos.

Con "Los Soprano" fue como meterme poco a poco en sus vidas. Me metí en su casa, en sus cabezas, en sus líos y en sus alianzas. Me fascinaban las sesiones de terapia, y cómo Tony podía ser un día un asesino sin escrúpulos y al siguiente un amante criador de patos. Vi crecer a sus hijos, zozobrar su matrimonio y temí por su vida constantemente. Los sueños de Tony, cargados de remordimientos y un terrible miedo a la muerte, me hacían pensar en mi propio miedo. 

Me metí en sus vidas, y un día la serie acabó. Cuando las historias acaban, más que pesar por su final, lo que sentimos (al menos, lo que siento yo) es una terrible decepción con la realidad. Es salir de un mundo mágico y dinámico y darte en la boca con la rutina. 

Cuando la música dejó de sonar, me sentí vacía. 

Y hoy, al saber que para James Gandolfini no habrá más música, he sentido el vacío y el golpe con la realidad de nuevo.

Otra historia que se acaba.