Sueño mucho. Muchísimo. Y siempre recuerdo lo que sueño. Hay colores, olores, caras, sentimientos y dolor. Hay muchísimo dolor en mis sueños. De ese que se aloja en el pecho y baja hasta el estómago. De ese que perdura a lo largo del día consciente.
O todo lo consciente que estoy yo. Que a veces confundo realidad con sueños. Puede que por lo reales que son. O por lo dolorosos.
Soñé que volvían, todos y cada uno de ellos. Todos los que han vuelto. Personas que no volverían ni por asomo. Que habían desaparecido para siempre. Y de pronto los sueño, y vuelven, y todo vuelve a ser como antes.
A veces fantaseo con que puedo manejar mis sueños. A veces lo consigo. A veces me despierto, siento la angustia y vuelvo a ellos. Y retomo la aventura justo donde la dejé al despertar.
Pero no puedo manejar la realidad. Ojalá descubriera la forma de atarla y desdoblarla, coserla y cortarla, para que se amolde a mí. Una vez, y sólo una vez, lo conseguí.
A veces miro a la Luna y ella me dice que puedo hacer cualquier cosa. Pero estoy demasiado atada a la realidad.
Menos mal que todavía me quedan mis sueños.