Aún a riesgo de parecerme a una de esas peluqueras de barrio que hacen tutoriales de belleza y los cuelgan en Youtube, tengo que comentar algo acerca de los champús Pantene.
Los champús Pantene, amigos y amigas, son una maldita mierda. Por lo visto si tienes el pelo seco son maravillosos, pero si lo tienes normal o graso como yo, los primeros días te gusta porque huele bien, pero luego se te forma (inmediatamente después de usarlo) una película de consistencia pegajosa que no se quita con agua.
No sé de qué diablos están hechos estos instrumentos de Satanás, pero ahora tengo el pelo convertido en un grumo gigantesco y le deben estar pitando los oídos a los creadores de tan maléfico champú.
Mi briconsejo para todos vosotros es que uséis los champús más baratos del mercado, esos que se llaman Deliplus o Alipende, y que únicamente contienen lo indispensable para lavarte el pelo Y YA ESTÁ, sin mierdas suavizantes ni rollos acondicionadores.
Qué asco, por Dios. Ahora mismo me voy al Mercadona a comprarme un champú de esos de litro y medio.
viernes, 29 de julio de 2011
jueves, 21 de julio de 2011
Leyes
Estudiar Derecho es como escalar una larguísima escalera de cuerda. Al menos en mi caso.
Empiezas en el suelo. La escalera es larga y su final parece inalcanzable. Te sientes falto de fuerzas y de voluntad. No quieres subir. No quieres obligarte a comprender por qué tienes que subir hasta lo alto de esa maldita escalera.
Hoy he releído algunas hojas del diario que escribí cuando tenía doce años. En una de ellas decía que, tras haber leído algunos trozos de la Constitución, las leyes me parecían un impedimento de las personas para ser quienes son por naturaleza. Barreras artificiales sin ningún sentido. Ironías de la vida que haya terminado estudiándolas.
Una vez que vences las primeras reticencias, trepas los primeros escalones. La subida es fatigosa y, a medida que el cansancio se incrementa, va pareciendo cada vez más y más inútil.
Pero entonces miras hacia abajo y piensas que si bajas ahora todo ese sufrimiento no habrá servido para nada.
Mientras todo esto pasa en la superficie de tu cerebro, en su interior una serie de cambios se apoderan de él. Las leyes empiezan a asentarse en tus neuronas, haciéndote pensar cosas que nunca antes habrías imaginado, convirtiéndote en una persona mucho más racional y cuadriculada. Eliminando, en definitiva, gran parte de tu capacidad imaginativa y abstracta. Los grises se van, dejando sólo lugar a negros y blancos.
Y entonces, cuando ya estás casi en la cima, aunque la mayor parte del tiempo eres consciente de que todo eso que has aprendido no tiene la mayor aplicación práctica en el mundo natural, en el mundo REAL, desarrollas una especie de Síndrome de Estocolmo hacia las leyes. Ya todo gira en torno a ellas. Las barreras han entrado dentro de ti.
Y entonces sigues subiendo.
Empiezas en el suelo. La escalera es larga y su final parece inalcanzable. Te sientes falto de fuerzas y de voluntad. No quieres subir. No quieres obligarte a comprender por qué tienes que subir hasta lo alto de esa maldita escalera.
Hoy he releído algunas hojas del diario que escribí cuando tenía doce años. En una de ellas decía que, tras haber leído algunos trozos de la Constitución, las leyes me parecían un impedimento de las personas para ser quienes son por naturaleza. Barreras artificiales sin ningún sentido. Ironías de la vida que haya terminado estudiándolas.
Una vez que vences las primeras reticencias, trepas los primeros escalones. La subida es fatigosa y, a medida que el cansancio se incrementa, va pareciendo cada vez más y más inútil.
Pero entonces miras hacia abajo y piensas que si bajas ahora todo ese sufrimiento no habrá servido para nada.
Mientras todo esto pasa en la superficie de tu cerebro, en su interior una serie de cambios se apoderan de él. Las leyes empiezan a asentarse en tus neuronas, haciéndote pensar cosas que nunca antes habrías imaginado, convirtiéndote en una persona mucho más racional y cuadriculada. Eliminando, en definitiva, gran parte de tu capacidad imaginativa y abstracta. Los grises se van, dejando sólo lugar a negros y blancos.
Y entonces, cuando ya estás casi en la cima, aunque la mayor parte del tiempo eres consciente de que todo eso que has aprendido no tiene la mayor aplicación práctica en el mundo natural, en el mundo REAL, desarrollas una especie de Síndrome de Estocolmo hacia las leyes. Ya todo gira en torno a ellas. Las barreras han entrado dentro de ti.
Y entonces sigues subiendo.
miércoles, 20 de julio de 2011
Promesas cumplidas- Crepúsculo (II)
Bella y Edward empiezan a salir a la mitad del libro. Al ser ella humana y él vampiro, él está constantemente reprimiendo su sed de sangre, así que tiene que poner a prueba sus fuerzas cada vez que la toca o la besa. Como son norteamericanos y cheerleaders y jugadores de baseball, a la cita número dos ya están conociendo a sus respectivas familias. Él se lleva a la pobre Bella a su nido de vampiros-familia, y una de sus hermanas les invita a jugar un partido de baseball en el campo. Ella, como es un corderito inocente y no ve lo que se le viene encima, dice que sí muy alegremente, como si no estuviera rodeada de potenciales asesinos (potenciales digo porque son vampiros vegetarianos que no comen humanos).
Total, que van al campo y ella no juega a nada porque es torpe, y más en comparación con los súper poderes de los vampiros. En esto que están ahí bateando y a ella cayéndosele la baba cada vez que mira los abdominales perfectos de Edward, cuando llega un grupito de tres vampiros foráneos. Obviamente, uno de ellos se la quiere comer, así que los vampiros vegetarianos urden un plan para sacar a Bella del pueblo y ponerla a salvo en Phoenix. El caso es que el vampiro que se la quiere comer, James, le engaña vilmente haciéndole creer que tiene secuestrada a su madre, y la chantajea para que no le quede más remedio que entregarse a cambio de salvar a su madre.
Y Bella, como es la perfecta mártir, se entrega. Sufre unas cuantas contusiones antes de que su amado Eddy y toda su familia vampírica la salven de las garras del malvado James.
Unos cuantos días hospitalizada y otra vez a los brazos del luminoso Eddy.
Fin del primer libro.
Total, que van al campo y ella no juega a nada porque es torpe, y más en comparación con los súper poderes de los vampiros. En esto que están ahí bateando y a ella cayéndosele la baba cada vez que mira los abdominales perfectos de Edward, cuando llega un grupito de tres vampiros foráneos. Obviamente, uno de ellos se la quiere comer, así que los vampiros vegetarianos urden un plan para sacar a Bella del pueblo y ponerla a salvo en Phoenix. El caso es que el vampiro que se la quiere comer, James, le engaña vilmente haciéndole creer que tiene secuestrada a su madre, y la chantajea para que no le quede más remedio que entregarse a cambio de salvar a su madre.
Y Bella, como es la perfecta mártir, se entrega. Sufre unas cuantas contusiones antes de que su amado Eddy y toda su familia vampírica la salven de las garras del malvado James.
Unos cuantos días hospitalizada y otra vez a los brazos del luminoso Eddy.
Fin del primer libro.
lunes, 11 de julio de 2011
Confesión de antes de cenar
Si el color del agua en un mapa no es azul, probablemente empiece a frustrarme por no reconocer qué países se esconden tras esas formas raras. Confundo el mar con la tierra si me los cambias de color.
viernes, 8 de julio de 2011
Promesas cumplidas- Crepúsculo (I)
Hay gente que odia los best-sellers porque sí, porque si gustan a la plebe entonces son una mierda como el Sálvame Deluxe y no merecen la pena. Hoy no pienso ponerme a filosofar sobre etiquetas, prejuicios y demás chorradas. Yo también los tengo, así que me limitaré a hacer lo que prometí: resumir los libros de Stephenie Meyer porque he aprobado (oh, sí, beibi).
Bella es una chica de la cual su madre dice que nació con treinta y cinco años. A pesar de su edad mental, tiene diecisiete, por lo que las relaciones con gente de su edad se le hacen un poco frustrantes. Antes vivía en Phoenix, pero ahora que su madre tiene una relación, ha decidido apartarse e irse con su padre, Charlie el policía, a un pueblo perdido llamado Forks. El contraste de climas le disgusta al principio (del calor al frío), pero no tiene más remedio que terminar acostumbrándose.
En Forks descubre cosas de ella que desconocía. La chica nueva que aparece en mitad del curso en el instituto atrae las miradas de todos, cosa que nunca le había pasado en Phoenix, donde nadie se fijaba en ella. Ahora levanta las pasiones de algunos chicos (y también las envidias correspondientes de sus enamoradas). Pero eso a ella le da igual. Sólo tiene ojos para el chico extraño y labrado en mármol que se sienta a su lado en Biología. Edward. Es tan perfecto que es obvio que nunca va a poder hablarle. Tiene unos hermanos muy raros e igual de guapos que él. Y todos parecen igual de inaccesibles. Hasta que un día Eddy salva a Bella de morir atropellada, empujando un coche de varias toneladas con sus manos desnudas, y entonces ella inicia el interrogatorio contra él.
Poco a poco empiezan a hablar. La química es inmediata. Y además él es un vampiro. Pero no en plan dramático; lo hablan, ella le mira esos abdominales perfectos y decide que se la suda cómo sea siempre que esté así de macizo. Siempre está apoyado en la pared de enfrente cuando ella sale de sus clases, esperando con una sonrisa pícara. Él ya no come con sus hermanos y ella ya no se sienta con Jessica a la hora del almuerzo: se sientan juntos y él la mira mientras ella come. La recoge todos los días de la puerta de su casa para ir juntos a clase... Es un chollo de tío.
Este libro gusta tanto a las niñas porque les da ilusión para creer que el maromo inaccesible que les gusta un día pueda sufrir una conmoción y enamorarse perdidamente de ellas, sin importarle que ellas sean guapas o feas. Simplemente recordándoles lo importantes que son.
No está mal. Es una historia refrescante y de ficción absoluta en la que se engaña a las niñas freaks para que crean que tienen al alcance de su mano al chico que les gusta. Es cruel, pero no está mal.
Sigo leyendo.
martes, 5 de julio de 2011
Lameculos y pijosdemierda
Uno de mis tíos de los que hace varios años nadie sabe nada dijo una vez que en esta vida, para triunfar, hay que saber chupar muchos culos. Yo hoy estoy cabreada porque los lameculos tendrán un lugar en el mundo, sean cuales sean sus aptitudes.
Stephenie Meyer me ha salvado y voy a tener que leerme su saga de vampiros ñoños (que ya he empezado).
Estoy cabreada a pesar de haber aprobado.
No me gusta tener que hacerme amiga de un imbécil al que no conozco de nada sólo porque si no le hablo nunca me enteraré de cuándo están puestas las notas. Se supone que la universidad es ese sitio maravilloso que no tiene nada que ver con el colegio y en el que la gente entra y sale con el único propósito de sacarse el maldito título. No entiendo por qué me obligan a ser sociable, a hablar con otros o a darles mi e-mail a otros. Existen herramientas maravillosas a través de las cuales los profesores se ponen en contacto con los alumnos sin tener que utilizar un intermediario de carne y hueso, sobre todo cuando ese intermediario es un pijo de mierda que se relaciona con un círculo cerrado de aproximadamente cinco personas y más allá del cual nadie sabe nada nunca.
Estoy cabreada porque no puedo fingir. Cuando este profesor estúpido hacía bromas sobre la sobreprotección del medio ambiente o la inutilidad de penalizar a aquellos que circulen a más velocidad de la permitida, esta panda de lameculos se reían. En esas clases infumables en las que él se limitaba a hacer comentarios personales y rara vez avanzaba en la materia, estos anormales levantaban la mano y hacían preguntas que parecían haber sido elaboradas durante horas y tras consultar miles de manuales sobre el tema, preguntas que a mí ni se me pasan por la cabeza. A veces desearía poder ser tan falsa y tan trepa. Pero luego les miro y veo el asco que me producen y se me pasa.
Estoy cabreada pero también estoy orgullosa. He conseguido aprobar sin chuparle el culo a nadie.
Y lo pienso seguir haciendo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)